La estación del Escorial
Esta era una estación importante. La gente decía que era la mitad del recorrido entre Ávila y Madrid. Cuando llegaba a esta estación sabía que me quedaba poco para Madrid y mi corazón se alegraba.
Un poquito antes de llegar, cuando se estaba en medio de la fresneda, se veía el monasterio. Muchas veces oí decir que era la octava maravilla del mundo, pero a mis años, por más que la miraba no me parecía ninguna maravilla.
La estación siempre estaba muy animada. Aquí subían y bajaban muchos viajeros. Me parece que era aquí donde se montaba el señor que hacía las rifas. Vendía unas tiritas con números o con cartas y el premio era o un muñeco/mono con gomas que al balancearse hacía que se moviesen las patas, o una botellita de licor, o una bolsita de caramelos. A mí lo que más me gustaba era el mono.
El Escorial ya era entonces un lugar de veraneo, y la gente que bajaba aquí en verano, procedente de Madrid, o la que estaba esperando en la estación, era, al decir de mi abuela, gente muy fina. Otros decían que eran muy señoritos. Yo no entendía ninguna de estas expresiones, pues no los veía finos ni delgados, ni sabía lo que era ser señorito.
Esta estación siempre estuvo unida en mi infancia a los chocolates de Matías López. Me gustaba mucho el cartel anuncia-
dor de los chocolates y chocolatinas que había en lo alto de un pequeño edificio. Al estar en un alto quedaba justo a la altura de las ventanillas. Un chico recorría el andén voceando “Hay chocolatinas de Matías López” Siempre me quedé con ganas de comer una.
Ahora, en el 2006, el antiguo edificio de la estación está cerrado. Las vías 1 y 2, que eran las que daban a los andenes principales, las utilizan los trenes que no paran aquí. Han surgido nuevos andenes y un nuevo edificio con un subterráneo, en el que se venden los billetes y desde el que se accede a los nuevos andenes.
Atardece en este plácido día de agosto. Estoy solo en el antiguo andén principal. De vez en cuando pasa alguien. En el andén de enfrente una decena de personas espera el tren con dirección a Ávila. El tren llega, se detiene brevemente y cuando se aleja sólo queda un señor mayor que tranquilamente toma el sol sentado en un banco. ¿Estará también recordando como era la estación cuando era niño? ¿O solamente estará dejando transcurrir el tiempo mientras disfruta viendo como pasan los trenes en una dirección y en otra?
Ahora no hay nadie en la estación, estoy solo. Me levanto de donde estoy sentado y salgo por la misma salida por la que veía alejarse a los viajeros antes de que el tren en el que viajaba volviera a ponerse en marcha. Pero allí, en la salida, ya no está el anuncio de las chocolatinas y chocolates de Matías López y en el tren ya no van las personas con las que iba cuando era niño.