jueves, 20 de febrero de 2025

Paco y su caminar al trabajo

 PACO Y SU CAMINAR AL TRABAJO

    Paco se despierta aún con sueño, bueno, le ha despertado la mierda del despertador. Se levanta, se ducha, se viste, desayuna y antes de salir se mira en el espejo. Se ve como todos los días. Nada ha cambiado. Quizás alguna arruga más, quizás algún pelo menos, pero lo demás sigue igual.

    Se va dando un paseo a su trabajo. Le gusta disfrutar de la mañana, de la luz, de los sonidos, de los colores y de los olores. Ya no disfruta del tacto de la mañana, pero cuando era niño sí que lo hacía, iba pasando las manos por las paredes y se sabía como eran todas desde su casa al colegio. Pero a la vuelta también lo hacía, y el tacto de las paredes había cambiado, ¿qué había cambiado? No sabía explicarlo, pero algo sí.

    Cuando pasa al lado del almacén de perfumería, le envuelve un olor a violetas y a lavanda. Un poco más allá, en el tostadero de Doroteo, huele a pipas, a cacahuetes y a pistachos. Y siempre está el olor del aire, porque aquí, a esta hora, el aire huele a limpio y huele a sol, al igual que por la noche huele a oscuridad y a luna.

    Y como siempre hace el mismo trayecto, se cruza con casi las mismas personas: con unas jovencitas que van al colegio y que a veces se ríen y llenan el aire de alegría; con las mujeres que barren su puerta y su trozo de acera y hablan las unas con las otras:

        - Anoche oí que llamaban a tu puerta un poco tarde.

        - Si, era mi hijo que se le había olvidado la llave.

        - Ya me imaginé yo que sería algo así.

     Y antes de entrar en la plaza, cuando escucha un taconeo grave y redondo se dice: ya va la jovencita de al lado del mercado a trabajar; y cuando los sábados por la mañana el que escucha es un taconeo más pausado, más agudo y mucho más breve, se pregunta ¿Qué tal se lo habrá pasado Charito esta noche? Y sabe que se llama Charito porque ha oído a otras mujeres del barrio decirle: ¡adiós Charito!.

    Cuando Paco vuelve a casa está lloviendo débilmente. Según va andando se ve solo, en busca de algo, o quizás de alguien que rompiere su soledad. Y esa soledad, y ese buscar un no sé qué que no tenía y que no sabía bien lo que era, lo paseó, por su recorrido de ir a trabajar, durante muchos años. Por la noche, las farolas que eran como esperanzas de futuras alegrías, de futuros momentos dichosos, siempre estaban solas. Nunca se acercó nadie a preguntarle algo, a hablar con él. Él, que sentía tantas cosas, se habría alegrado mucho si hubiere tenido con quien compartirlas.

    En su camino a casa bajo la lluvia suave, alguna que otra gota baja por su rostro y pasa por su boca. Saca la lengua y las saborea. La primera le supo a ilusión, las siguientes a cansancio, a desilusión, a fracaso, … ¡para qué seguir!.

    Seguía andando solo, resguardado por su gabardina. Menos mal que esa gabardina había sido de su padre y algo de compañía le daba. Menos mal que esa gabardina nunca le fallaba.


lunes, 3 de febrero de 2025

Placeres y Odios

 PLACERES Y ODIOS

La verdad es que lo único que odio es el ruido estruendoso, el ruido de esas motos a las que se les ha quitado el silenciador, o el ruido que hay en algunas plazas cuando actúa algún grupo musical, y tienen tan alto el volumen que miro a las paredes de los edificios para comprobar que no vibran y no se van a caer. Y este odio solo lo puedo emparejar con el inmenso placer que siento al recordar los juegos con mis nietas cuando eran pequeñas.

Iba a decir que los ruidos y chillidos de los niños a sus 3, 4, 5 y más años eran para mi odiosos y sumamente agradables a la vez. Pero eso es falso, porque solamente son agradables, muy agradables.

Mi nieta Alicia se subía al tobogán, se sentaba en el borde y se ponía a dar patadas en la rampa de deslizamiento. Si no le decía nada, ella gritaba:

- ¡Abelo, mira!

Yo le respondía:

- ¡Pero chica! ¡Que eso no se hace!

Y ella se reía y reía. Y Elena se incorporaba al juego, y algún que otro pequeño se autoinvitaba a la diversión y todo el jardín rebosaba de ruido y de alegría. De una alegría ruidosa o de unos ruidos alegres, que no sé bien cual escoger.

Y cuando jugábamos a hacer ruido nos poníamos los cuatro, Elena, Alicia, Lidia y yo a hacer una ristra de botes vacíos de bebidas, atándolos con una cuerda, y los llevábamos arrastrando por donde hiciesen más ruido. Rápido teníamos acompañamiento, y cuando nos marchábamos, o jugábamos a otra cosa, los instrumentos los reutilizaban otros niños. Y así el ruido y la alegría continuaban en el parque.

¿Y cómo voy yo a odiar ese ruido? ¿Y cómo no voy a disfrutar del ruido alegre y de la alegría del ruido?

Ángel Rodríguez Cardeña..