EL PASEO DE SAN ROQUE Y LA CARRETERA DE
TOLEDO
Por las tardes de los domingos soleados de invierno iba a pasear con mi padre, con mi abuelo Ángel o con los dos, por San Roque y por la carretera de Toledo. Era el paseo tradicional de invierno. Por allí hacía muy bueno y la gente iba a tomar el sol.
Al comienzo del paseo de San Roque estaban los jardines que eran similares a los que hay ahora. Mi abuelo y mi padre saludaban al jardinero, que tenía una caseta de madera hacia la mitad del jardín. Se llamaba el señor Quiterio; aún le recuerdo vagamente. Luego estaba el paredón de las monjas de las Gordillas y al final la plaza de toros. A esa plaza entré dos veces, una con mi abuelo y otra con mi padre. Tengo una imagen borrosa de un toro rojo y nada más. Nunca me han gustado las corridas, siempre me han parecido una burrada y siempre me ha dado pena de cómo tratan a los toros.
Enfrente de la plaza de toros había una casa que tenía unos bajorrelieves de unas cigüeñas; me gustaba mucho mirarlas, y me preguntaba que por qué estaban esas cigüeñas allí; nunca obtuve una respuesta. A un lado de la casa, hay unas piedras altas con una cruz arriba; me contaron que allí se subió un cadete, que se cayó y se mató.
Luego comenzaba la carretera de Toledo. Enseguida estaba el Ventorro el Sol. Mi padre me contó varias veces que allí había un gallo que salía corriendo detrás de mi para picarme. Mientras me lo contaba se sonreía; le hacía gracia recordarlo ¡Qué cosas se les ocurrían a los gallos!
Más abajo, la Venta del Relojero, indicaba el lugar donde nos dábamos la vuelta. Se llamaba así porque había un reloj en la pared.
Cuando tenía 7 años fui con mi abuelo hasta el puente de Toledo. No se me olvidará aquella primera vez, ni aquel paseo. Fue como la confirmación de que ya era un chico mayor y de que ya podía ir a cualquier sitio. Cuando murió mi abuelo yo tenía 12 años, le quería mucho y me dio mucha pena que se muriese; el día de su entierro fui hasta ese puente; por el camino iba llorando acordándome de él; y fui hasta allí porque ese lugar era el que más me unía afectivamente con él. He vuelto muchas veces paseando, siempre me he sentado en el pretil del puente, al igual que hice entonces, y siempre recuerdo la primera vez que fui allí y siempre me acuerdo de mi abuelo Ángel.
Los edificios, los puentes, los caminos, los lugares, están llenos de recuerdos de las personas. Y esos recuerdos, de cosas agradables o desagradables, le dan un algo especial a ese lugar, a ese edificio, a ese puente, a ese camino; le hacen más humano, le dan más vida. Por eso cuando se destruyen esos viejos lugares, esos viejos caminos, esos viejos edificios, algo muere del espíritu humano, algo muere dentro de algunas personas.
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