EN UNA PERDIDA COLEGIATA
Estoy en una hermosa colegiata
gótica de una nave, amplia, espaciosa, luminosa. Entra un anciano muy anciano, se sienta muy
cerca de mí y se queda rezando o pensando. Con paso vacilante coge una vela y
la pone junto a una imagen ¿Qué sentimientos anidan en su corazón? ¿Qué le
habrá pedido a la imagen? ¿Por qué pondrá una vela? ¿Qué pasará cuando ya no
pueda venir a ponerla? Siento una extraña sensación al ver a este anciano, le
sigo con mi mirada, veo como lentamente, arrastrando los pies sale de la
iglesia y desde el fondo de mi corazón le digo adiós porque estoy seguro de que
nunca más le volveré a ver. Hemos sido dos seres cuyas vidas han coincidido en
el tiempo y en el espacio durante un instante y lo más probable es que nunca
más volverán a coincidir.
Empieza a sonar una música de
flauta. Es una música dulce, melancólica, pura. Me estoy un rato aquí,
escuchando, sintiendo esta música, sintiendo este producto de una vida, pues
¿en qué cosa mejor se puede emplear el tiempo de la vida que en sentirla y en
sentir los productos de ella en toda su pureza y en toda su desnudez?
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