SAN ANTONIO
Cuando tenía 10, 11, 12 años aproximadamente, San Antonio se convirtió durante los veranos en el lugar de mis juegos. En una casa que había solitaria antes de llegar al Parque Móvil y en dos chalets que estaban junto a ella, en un descampado, vivían unos niños. Aún recuerdo el nombre de algunos de ellos: los hermanos José Luís y Ángel Farinós; Mari Carmen Burgaleta y su hermano; Carmen; Ana Mari y su hermano Felipe; Florencio y su hermana Juanita; los hermanos Ramón y Margarita; los también hermanos Amalia y Juanjo, Inmaculada y sus hermanas y algún otro niño y niña cuyo nombre ya no recuerdo. Algunos de estos niños vivían en Ávila durante todo el año, pero solamente nos veíamos en el verano. La mayoría venían de Madrid a veranear a Ávila.
Era muy divertido jugar tantos niños y niñas. Ahora que lo pienso creo que todo el atractivo de aquel lugar y aquellos años era poder jugar con las niñas y hablar con ellas. Jugábamos a todo: al escondite, a pillar, a saltar a la comba, a hacer pozas en los jardines, a contar chistes, a echar carreras de bicis y a… a cosas de niños.
A todos los niños nos gustaba alguna niña, era como obligado. A mi me gustaban Ana y Margarita, pero me gustaban porque sí, porque me tenía que gustar alguna.
En el mes de agosto venían Inmaculada y sus hermanas. Para los chicos mayores (un año o dos más que yo) Inmaculada era como una diosa, era la encarnación de la belleza, era una chica guapísima, muy elegante y muy bien educada. Y la verdad es que a mí también me lo parecía. Yo me entendía muy bien con ella y cuando jugábamos al escondite por la noche, ella se venía conmigo y me llenaba de satisfacción y orgullo sentir a mi lado a una chica tan guapísima. Recuerdo una noche que estando escondidos detrás de un árbol, junto a la fuente de la Sierpe, dije: ¡Qué cachondeo! (mi intención era decir ¡qué divertido!, pero ¡qué cachondeo! me parecía de más mayor) Entonces ella puso su dedo índice sobre mis labios y me dijo: ¡Eso no se dice! ¡Eso está muy feo! Aún no se me ha olvidado ni lo que me dijo ni, sobre todo, que pusiese sus dedos sobre mis labios, y de eso lo recuerdo ahora, cuando ya soy un anciano.
Alguno de los chicos mayores medio me amenazó y me dijo que no me escondiese tanto con Inmaculada.
Y todo trascurría tranquilo y con normalidad hasta que apareció Amalia, la prima de Ramón y Margarita. En cuanto la vi me quede enamorado de ella, con esos amores que sólo se tienen de niño. Era muy tímida, yo también. Apenas nos veíamos y cuando estábamos juntos apenas hablábamos. Nos mirábamos y ya está. Amalia fue mi gran amor de niño. Nunca la fui infiel, mientras ella era mi chica no me gustó ninguna otra. Sólo venía en verano y entonces me asomaba por la pared del patio de su casa para verla mientras cenaba con sus padres. Sólo con verla ya era feliz. Nunca supe como se apellidaba, ni cuantos años tenía, ni en qué colegio estudiaba, ni qué curso hacía. La perdí la pista allá por mis 15, 16 años, cuando me empezaron a interesar chicas más reales. Nunca supe nada más de ella. Su recuerdo es lo único que queda.
Aquellos amigos y aquellas estancias en el parque de San Antonio se acabaron. No hubo ningún motivo especial, ningún enfado. Nada. Se acabaron porque sí. Pero fue una etapa de tiempo muy agradable en mi niñez.
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