LA ANTIGUA PLAZA DE ABASTOS
La plaza de abastos estaba muy cerca de mi casa. Antes de mis 6 años. cuando empecé a ir al colegio debía ir allí casi todos los días con mi madre y mi abuela. Luego iba en muchas ocasiones a comprar algo que se hubiese olvidado. Era una plaza distinta a la de ahora, era de una sola planta y muy alta, con columnas de hierro; imagino que sería una de esas estructuras metálicas tan frecuentes al principio de siglo XX.
Recuerdo perfectamente a la pollera, una señora bajita, gordita, vestida de negro y con un moño en la cabeza; mi abuela hablaba mucho con ella y mi madre también. Su recuerdo me resulta agradable. En los días cercanos a la Navidad se colocaban muchos vendedores de pollos vivos alrededor de la plaza; mi madre y mi abuela compraban los pollos unos días antes y los teníamos en casa, en el váter, atada una pata con una cuerda a una silla, alimentándolos con las sobras de la comida, migas de pan y en ocasiones triguillo. A mi me gustaba mucho mirarlos y cogerlos, luego me daba pena ver como les mataban.
Las calles que rodeaban la plaza de abastos también me eran muy familiares. A la peluquería de Pompeyo iba una vez al mes aproximadamente; no me gustaba nada ir pues los pelos se me metían por el cuello y la espalda y me picaban mucho (entonces no había ducha para poder ducharse después de cortarse el pelo).
El zapatero estaba un poquito más abajo; era un señor muy amable que me recibía con una sonrisa; a mi me gustaba mucho mirar como clavaba las puntas con una gran rapidez.
Casa López, que estaba en la esquina, era la tienda de ultramarinos; muchos productos los tenían en cajones o en sacos; el aceite lo echaban con un aparato que me resultaba muy curioso; entonces no había plásticos y todo te lo daban envuelto en papel de estraza. El dependiente principal, Pepe, era un hombre muy amable y muy cariñoso; cuando murió mi madre fue a mi casa a dar el pésame y luego fue a la iglesia al funeral; este hombre era tan popular que mucha gente llamaba a la tienda “casa Pepe”.
Y ahora que hablo de las tiendas me acuerdo del lechero y del panadero, que iban todos los días a dejar la leche y el pan a casa. Tocaban un silbato o el llamador de la puerta del portal y bajábamos con una lechera a por la leche o a recoger el pan. El panadero se llamaba Pedro y tenía el horno por la calle de Santo Tomás. El lechero era de La Aldea del Rey y venía a diario en su carro; era un señor muy serio al que se le murió un hijo a los 20 años, a partir de entonces dejó la lechería. Luego mi madre buscó un nuevo lechero, mejor dicho una nueva lechera, una chica de Martiherrero, muy guapa, de mi edad. Yo estaba estudiando en Madrid y cuando venía en vacaciones siempre bajaba a por la leche o la abría la puerta cuando la empezó a subir a casa. Nos mirábamos pero todo quedó casi en sólo miradas, pues las conversaciones eran muy cortitas. Ella se iba a su pueblo y era imposible que nos viésemos por la calle; lógicamente nunca pudimos charlar ampliamente. El recuerdo aún perdura.
Y estas son algunas cosas que recuerdo sobre todo de mi infancia. Toda la zona de Ávila, próxima a mi casa de la calle Reyes Católicos es, para mí, la más entrañable de Ávila.
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