LOS CANARIOS
No recuerdo bien cuantos años tenía cuando empezó en serio mi afición a los canarios. Lo que sí sé es que era muy pequeño cuando me empezaron a gustar los pajaritos, que era como yo les llamaba entonces. Con mi dinero, con aquella peseta o dos pesetas que me daban los domingos, ahorré las 2,50 pesetas que me costó el primer jilguero que me compré. Antes de comprarlo, la gente, no sé que gente, me había dicho que tenía que fijarme bien en la jaula y tenía que escoger un pájaro al que viese comer, pues así sabía seguro que no se moriría de hambre. Pero yo quería tener canarios para verlos criar. Mi padre le compro a Castor una canaria isabela por 25 pts. y la echamos con un jilguero macho que yo tenía. Fue la primera canaria que tuve y aún no se me ha borrado su imagen. El animalito hizo varias veces el nido, puso huevos también varias veces, pero nunca salió un pajarito. Los huevos que puso los guardaba en una caja llena de serrín. Yo era el encargado de cuidar a los pájaros, de limpiarlos, de darles de comer, de cambiarles el agua, de sacarles al balcón.
En Ávila no había muchos canarios por los balcones, pero los pocos que había me los sabía de memoria. Muchos de mis paseos pasaban frente a esos balcones y si iba solo me paraba a mirarlos aunque estuviesen muy lejos; si iba con alguien los miraba pero sin pararme, pues me daba como vergüenza decir que estaba mirando a los canarios.
En un balcón de la plazuela del Rastro había un jaulón con varios canarios rojos, blancos y amarillos. Sí, aún me acuerdo de los colores. En el actual Paseo de la Estación, ya muy cerca de la estación vivía Elcolobarrutia, el señor que más canarios tenía de Ávila. En un balcón siempre había muchos, cada uno en su jaula, y en otro balcón se veían los que tenía sueltos en la habitación. Recuerdo que fui a su casa con mi padre, para preguntar cuanto pedía por un canario; nos enseñó los pájaros y yo me quedé maravillado. Cuando tuve dinero mi primer canario se lo compré a él; era un canario naranja.
Pero los canarios que más miraba eran los de Pipas Calvo, en la calle San Millán. Este hombre tenía siempre dos canarios en lo alto del portalillo de entrada a la tienda: uno blanco y otro amarillo. Me gustaba mucho mirarlos porque estaban muy cerca y los veía muy bien; un día me dijo que no me pusiera allí porque estorbaba la entrada; desde entonces ya no me paraba, sólo pasaba despacio y los miraba.
Hasta que no tuve 17 años no conseguí criar con los canarios, pero antes vi criar a una pareja de periquitos que regalaron a mi abuela. Aunque no eran canarios también disfruté mucho con ellos, pues también eran pajaritos.
Luego los canarios han sido una de las aficiones más importantes para mí durante 43 años. Son muchos años y han dejado en mí, una huella imborrable.
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